domingo, 1 de agosto de 2010

Fiaca

No me importa que mis amigos salgan con chicas: los remato, vendo, cedo, entrego en bandeja de plata. No soy celosa de ellos, me encanta presentarles a mis amigas y andar armando parejitas. Pero hay algo que no estoy dispuesta a ceder: ser uno más.

Domingo al mediodia: J, F y yo recorriendo Palermo en el auto del primero, los chicos arreglados "con toda la onda" y lentes negros que esconden los pecados de la noche anterior. Se me ocurre que para mi cumple podrían comprarme unos, para ocultar las ojeras que no llego a maquillarme con lo poco que tarda J en pasarme a buscar desde que me avisa que sale de su casa.

Un par de lugares descartados, llenos, caretas o caros, nos sentamos y yo comienzo a confesar mis más íntimos anhelos y tonterías, mientras el Sr. Gourmet o Mr. Abuelo, como todavía es llamado en los viejos círculos, saca de la galera sugerencias para el postre que, valga la ironía, sólo atesora en su memoria gente de la edad de un abuelo.

Es que J (El Abuelo) se conoce los mejores lugares de la ciudad y F y yo nos dejamos llevar libremente, total, es el dueño del auto.

Mientras todo esto ocurre, pido miel y se me chorrea del plato. Mi cabeza vaga por otros pagos... Les digo chicas en lugar de chicos. Y me explican recónditos secretos, milenarios si los hay, guardados por los hombres. Me quejo de no haber llevado una libretita para anotar las frases célebres, pero recuerdo escribir una en mi celular no último modelo: "¿Pasó algo? No hables tan rápido así no deja de volar mi imaginación, ya sé: era hermafrodita".

Sepan que si me he vuelto más turra con los años, fue gracias a ellos. Y se los agradezco.

Una promesa de asado futuro (que sale mejor a cuenta que un almuerzo palermitano), una hipótesis de comer carne y los chicos se despiden de mí en la puerta del edificio, van a recorrer la ciudad en busca de las mejores medialunas de la Argentina, según las palabras del Abuelo.

Chicas, todo bien, pero si no han tenido un almuerzo con hombres a solas, donde puedan manchar toda la mesa de miel y ensuciarse libremente de migas, mientras hablan guarangadas y les dan consejos dos chicos con anteojos negros: aún no han disfrutado de los mejores placeres de la vida. La fiaca de un domingo es de lo más bueno que te puede pasar, cuando tenés grandes amigos.

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