lunes, 2 de agosto de 2010

Compañero de dos cabezas

Hay cosas que no son claras. Cuándo decir "hola", cuándo "basta", cuándo estás molestando y cuándo no. Ya que la diferencia entre una persona y otra puede incumbir un mundo de distancia.

Hay charlas de teléfono que si te quedás hablando poco tiempo parecería que querés cortar y estás haciendo cuenta regresiva para salir corriendo a hacer lo primero que haya en tu agenda (o no). Pero por otro lado si te mantenés tranquila escuchando te empiezan a preguntar que andás haciendo "de fondo", si chateando o si durmiendo.

Parece que si tenés buen oido o sos hijo de psicólogos, como es mi caso, no tuvieses vida. Aunque la mayoria de las veces estás compenetrado en la conversacion, y alguna que otra te distraés contando los segundos para no ser mala amiga, hija o vecina.

Pero aún es más llamativo lo que nos pasa a los que podemos hacer más de una cosa a la vez, ejemplo de ello es: diseñar mientras mantenemos una charla. Les aseguro que es como si fuese una mujer de dos cabezas: una se ocupa de escuchar la charla y otra del diseño.

"No, no es que no te estoy prestando atención: vos comés y respirás, yo diseño y hablo". Pero hay gente que no lo entiende y te pide que la mires a los ojos, y claro, el feedback es importante... Ahí la segunda cabeza en lugar de hacer, te empieza a hablar: "el rojo quedaría mejor, ¿y si le agregás una ilustración un poco más gastadita?" Claro, entonces sí que no te escucho nada, porque diseñar con palabras lleva más esfuerzo que hacerlo con algún programa de Adobe.

Lo que por ahora no puedo hacer es escribir mientras mantengo una conversación, aunque me cuesta negar que posiblemente muchas de las veces que escucho a alguien estoy pensando: mmm con esto tengo una entrada nueva para el blog, yuhu: que buen disparador, que grosso insight.

Y sí, lamentablemente para la gente que asume la creatividad como una forma de recorrer la vida, vemos al resto del mundo como una musa inspiradora o un lienzo en blanco. Ojo, no se olviden que eso no quiere decir que no los estemos escuchando muy atentamente. Tampoco implica que nuestra sensibilidad no nos permita evitar hacer el ridiculo cuando nos compenetramos con las historias que nos cuentan.

Pero hablar de las veces en las que sí lo hacemos y nos perdemos en la narración de alguna vida como si fuese la mejor película del año, entre lágrimas y sonrisas exageradas en plena confitería: esa es otra historia.

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