miércoles, 19 de mayo de 2010

...el aire es libre, el aire es libre...

Te das cuenta que estás llegando tarde, estás cansado, o es de noche y la idea de caminar hasta la avenida para tomar el colectivo no te convence.

Elegí el "había una vez" que quieras, pero el nudo de la historia es simple: levantás cual ala de ave tu brazo y frenás un taxi (recordá que puede complicarse aún más si lo solicitás por teléfono y la espera de 5 a 45 minutos te puede dejar pendiente y cansado). Abrís la puerta, te acomodás, decís el destino...

El señor tachero decide subir el volumen de lo que aparentemente venía escuchando. Partido de fútbol, radio AM con interferencia, reggaetón o punchi.

Nuevamente elegí lo que sea de tu agrado para la historia o lo que no sea de tu agrado para tus oídos.

No querés molestarlo pero él te está molestando. Y aunque entendés que el hombre está trabajando y merece entretenerse, en un viaje con una duración mayor a cinco minutos, eso deja de importarte.

¿Corre, la pasa, gira, vuela, come, estornuda y gol? Oís y no escuchás, el ruido se torna insoportable. Te creías más tolerante.

¿Pensás decir algo? Mirá que si le decís capaz tu voz ni se halle en una intensidad audible en comparación con el resto de la ambientación sonora del auto.

En mi caso, ya dejé de tomarme taxis donde el conductor se encuentre fumando, ni me esfuerzo en pedirle que apague el cigarrillo: le agradezco, cierro la puerta y me tomo otro, aunque (por ahora) la invasión sonora la acepto. Y debo confesar que trato de coexistir con el humo en días de lluvia y escasez de transporte...

Eso sí, no creo que vaya a olvidar el consejo de algunos ¿amables? taxistas, que me hicieron conocer mi derecho u obligación de solicitar un "móvil no fumador" telefónicamente, palabras de aquella época en las que todavía me animaba a pedir que apagaran sus cigarrillos, y recibía las más insólitas respuestas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario